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En uno de sus libros más hermosos, Edgardo Cozarinsky escribe: «La memoria copia y pega con el certero instinto del montaje, sea literario o cinematográfico». La aseveración que se lee en Días nómades (2021) podría ser vista como el principio poético y organizador de Palabras prestadas, un libro de citas que lejos está del capricho en su selección, más allá de que la lógica selectiva de autores puede sustraerse a la conciencia del lector y permanecer en un amable enigma. Lo que sí se percibirá de inmediato es la vastedad de intereses que ha cultivado por décadas el montajista verbal de este mosaico de sugerencias e intuiciones delineadas en oraciones breves.

Quien haya leído libros o visto películas de Cozarinsky habrá inteligido que casi nada le es ajeno. Está siempre atento, escucha, busca, toma prestado de otros y se apropia, inventa y también dice lo que descubre. Es así porque su inteligencia está gobernada por la curiosidad y no la constriñe el prejuicio. Una afirmación de Viet Thanh Nguyen convive con otra de Pasolini; una clarividencia de Bresson se encadena a una de Walser; una apreciación de Sebald puede conducir a otra de Cassavetes. No importa si se trata de poetas, científicos, filósofos o cineastas; lo que resulta decisivo es que la palabra prestada haya dejado de ser una mera enunciación lingüística; la palabra es acá un sonido emitido por alguien que llegó a decir lo que dijo porque respiró con el verbo y experimentó el misterio de su vida en un idioma con el que aprendió a escribir(se). A Cozarinsky le puede seducir un verso bien trabajado o un aforismo elocuente, pero no basta el virtuosismo de los gramáticos para elegir una cita. 

La primera película de Cozarinsky es una glosa de la modernidad insolente de principios de los setenta que se ejercitaba entre algunos cineastas porteños de entonces. Puntos suspensivos (1971) desdeña la línea recta del relato clásico y lanza la presunta maraña de sus secuencias a la conciencia de quien mira el caleidoscopio de una época en que la rabia y el desorden sociales determinaban el ánimo. En ese film, el argumento es la forma, proeza de montaje que propone una transferencia de la experiencia de los personajes a los espectadores. Pasolini llamó a este procedimiento «cine de poesía». Hay una película inédita de Cozarinsky, conceptualmente en las antípodas de su primer film —porque no establece ligazón alguna con ningún tema candente—, donde la construcción de las secuencias revisita sin embargo un tipo de asociación similar al de su ópera prima. Lo que acá se dispone a sentir es la gracia de la amistad y la cercanía de la muerte. Cozarinsky ha sido siempre un hacedor libre.

De esa primera película a la última (el delicado documental Médium, de 2020, sobre la pianista Margarita Fernández), Cozarinsky ha esculpido el tiempo del cine. Hizo un film hermoso sobre Henri Langlois (Ciudadano Langlois, 1995) y otro sobre su padre (Carta a un padre, 2013); filmó Buenos Aires hundida en la degradación y no obstante en ese mundo sombrío se encontró con un instante pasajero de amor (Ronda nocturna, 2005). Ningún film como La guerre d’un seul homme (1982) reúne al cineasta singular y al escritor inimitable que es. Esa oculta obra capital del siglo XX, en la que materiales de archivo de la ocupación alemana de Francia se cruzan dialécticamente con las meditaciones personales de Ernst Jünger, no podría haber sido realizada por un francés o un alemán. Acá se puede detectar la vieja tradición alguna vez evocada por Jorge Luis Borges, la nuestra, la tradición excéntrica y sin origen claro, cuyos representantes, nómades entre ideas, épocas y geografías, pueden emplear signos ajenos y combinarlos con la irreverencia necesaria para crear mundos literarios inéditos o decir cosas que a nadie se le ocurrirían. Esa tradición rioplatense sigue respirando en los planos y en los párrafos de Cozarinsky.

Se podría ahora encarar una lectura similar de los libros de Cozarinsky y constatar que el mismo pluralismo que define su obra cinematográfica está presente en sus escritos. Evidencia: Vudú urbano (1985), La novia de Odessa (2001), El rufián moldavo (2004), Museo del chisme (2005), Maniobras nocturnas (2007), Milongas (2007), Lejos de dónde (2009), Blues (2010), Dinero para fantasmas (2012), Disparos en la oscuridad (2015), Niño enterrado (2016), Dark (2016), En el último trago nos vamos (2017), El vicio impune (2017), Los libros y la calle (2019), Turno noche (2020), Cielo sucio (2022), Variaciones Joseph Roth (2023): lista incompleta donde la ficción convive con el ensayo, las novelas y los cuentos con las memorias, los apuntes, las crónicas; en ciertos casos, la firma de Cozarinsky se plasma en libros francamente inclasificables. Pero la economía de palabras que impone este perfil del admirado autor y cineasta, y el propio libro en sí, que prefiere el laconismo como estilo, indican que es tiempo de callar.

Roger Koza, en http://www.conlosojosabiertos.com/palabras-prestadas/